Nunca me gustó la idea de sentar precozmente a los niños. En un inicio las razones eran más relacionadas con lo músculoesquelético, evitar el estrés en las articulaciones en formación, principalmente columna y caderas… Hoy sigo evitando poner a mi pequeño en posiciones que no logra por sí mismo, pero las razones van mucho más allá de lo meramente físico, hoy las razones tienen que ver con el desarrollo emocional y cognitivo, con la nutrición sensorial y la formación de un ser de acción. Vamos desgranando el choclo.
Sentar prematuramente a los bebés es una práctica muy frecuente en nuestra sociedad. Ya en los años 50, la pediatra Emmi Pikler describía lo extraño que le parecía esta práctica tan usual y cómo esos bebés, que eran sentados prematuramente, mostraban un desarrollo postural tan distinto a los niños que se mueven en libertad. Ella planteaba que los pequeños se mostraban tensos y más rígidos, “como si se hubieran tragado un palo de escoba”, una tensión muscular absolutamente esperable para el desbalance que significa ser puesto en una posición vertical, cuando aún no se ha trabajado la musculatura anti gravitatoria en planos horizontales (pasar harto tiempo de guatita cuando ya logra girar). De esa manera, cuando a un niño se le impone una postura que aún no logra por sí solo, también se le impone la exigencia y se le marca un ritmo.
Hace un par de años, cuando presentaba el enfoque Moverse en Libertad en una audiencia de estudiantes, kinesiólogos y educadoras partí preguntando: “¿A qué edad se sientan los niños por primera vez?”. Todos comenzaron a hacer predicciones. Algunos dijeron 6 meses, otros propusieron entre los 4 y 5 meses… y otros dijeron 8 meses. Lo consistente fue que no había consenso al respecto. Y es que si partimos por el principio, tendríamos que analizar si todos entendemos lo mismo por “se sienta por primera vez”.
No es extraño que nos preguntemos qué es “sentarnos”, porque da la sensación que en el mundo infantil hay diferencias significativas entre “permanecer sentado” y “sentarse”, me explico: que un niño permanezca sentado, para algunos, quiere decir que es puesto por un adulto en esta postura y, dado que ha sido expuesto muchas veces a ese desequilibrio, ha logrado sortear el desbalance y mantenerse en la posición. No obstante, si este pequeño se cae o resbala, no puede volver a esa postura por sí mismo. Desde un punto de vista distinto, sentarse es una postura que el niño construye a partir de otras posturas de transición y movimientos, no requiere ejercicios ni entrenamientos. Observando su movimiento espontáneo, un bebé se sienta solo después de girar hacia ambos lados, después de arrastrarse y pivotear; en general, se sentará solo cuando comience a gatear y, tomando como referencia los estudios de Emmi Pikler, eso es algo que suele suceder alrededor de los 9 meses…sí, 9 meses.
En consecuencia de lo anterior, comprenderemos que no sentar a un niño hasta que lo haga por sí sólo determina que los adultos debemos acompañar esos 9 meses y, dada la costumbre instalada, convencer al resto de los adultos que en realidad el hecho de que no permanezca sentado no es un signo de alarma de un retraso del desarrollo psicomotor. Desde mi experiencia profesional y personal quiero ser enfática, puesto que pienso que un niño que no es sentado precozmente y es expuesto a un ambiente estimulante y seguro de exploración, es un niño que desarrollará el desplazamiento mucho antes. Cuando un pequeño de 6 meses descubre los giros y descubre que si gira más de una vez puede alcanzar ese objeto que le llama la atención, comenzará a desplazarse. Eso significa que no debe esperar a gatear o caminar para lograr metas más altas, para llegar a lo que se propone, para sentirse seguro en su cuerpo y a la vez, sentir que es cuerpo activo en el espacio. En consecuencia, sus relaciones espaciales son más ricas, comienza a relacionarse con limites y se convierte en un explorador activo del ambiente.
Cuando un niño es sentado precozmente* y es “puesto a jugar” en esta postura lo más probable es que necesite asistencia constante para tomar y explorar los distintos objetos que los adultos le proponen. De esta manera, necesitará asistencia para obtenerlos y volverlos a tomar si se le caen. Así, llantos o distintos llamados pueden ser una constante al reaccionar a lo que sucede en su entorno. Un niño que explora en el suelo con las posturas y movimientos que domina, no necesita de esta asistencia constante, es capaz de conseguir lo que se propone utilizando su cuerpo, o es lo suficientemente flexible para cambiar el objeto de interés por otra cosa que esté en su camino. Ésta es una de las razones que llevaron a Emmi Pikler a titular uno de sus libros como “Bebés tranquilos, madres satisfechas” (“Peaceful babies, contented mothers”) puesto que los bebés autónomos no necesitan constantemente al adulto y los adultos pueden desarrollar otras actividades, sin sentir que están descuidando a sus hijos.
Por otra parte, si un niño sentado precozmente, sus piernas no se activan y se transforman en un soporte de la postura. Las piernas de un niño que se mueve en libertad son activas, móviles y flexibles, son parte de los giros e importantes motores del arrastre. En consecuencia, esos pequeños cerebros también tienen toda el área de recepción de información sensorial -proveniente de músculos, piel, articulaciones- en constante activación, el mapa del cuerpo es más nutrido y, por consiguiente, más complejo y completo.
Y así, podríamos continuar con muchas más razones sobre por que debiéramos evitar la práctica social de sentar prematuramente a nuestros más pequeños. Quizás la última es pensar cuanto tiempo pasará ese pequeño sentado durante su vida… lo más probable es que, como la mayoría de nosotros, pase gran parte de esta en esa posición, por lo tanto, ¿qué tanto apuro tenemos? Mejor regalémosle el espacio para nuevas exploraciones… ¡y qué mejor que esos meses para descubrir activo el mundo que nos rodea!
Texto e imágenes extraídas de: www.moverseenlibertad.cl